En este post os dejo de nuevo una joya que conseguí en 2003 cuando tuve la oportunidad de compartir un tiempo de diálogo y charla con una de las mayores especialistas y quizás la primera persona en España que introdujo la mediación en un centro educativo.
Ha sido profesora de secundaria pero sobre todo es especialista en tratamiento pacífico de conflictos y durante muchos años ha trabajado en el Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz, donde a partir de los trabajos y el asesoramiento de autores tan prestigiosos como Johan Galtung, John Paul Lederach, Christopher Mitchell, Rita Walstrung, Richard Cohen, Adam Curle, etc., inició las primeras experiencias de mediación escolar en centros de secundaria en los años 1993 y 1994.
A partir de entonces ha sido formadora de multitud de profesionales educativos y de otros ámbitos en nuestro país y en otros como Colombia, Puerto Rico, Austria, Alemania, Balcanes, Rusia, etc.
A nivel internacional Mireia Uranga es una de las mujeres más prestigiosas en el campo de la resolución pacífica de conflictos. Esto la llevó a estar propuesta por la ONG suiza “1000 Mujeres por la Paz”, junto con otras cuatro mujeres españolas, al Premio Novel de la Paz 2005 dentro de una candidatura conjunta de 1000 mujeres de todo el mundo.
A continuación, tenéis el audio completo de la entrevista que pude realizar a Mireia y posteriormente un resumen y una reflexión sobre la ella. Espero que os guste y os sirva en vuestra formación en mediación escolar.
Comienza Mireia Uranga llamando la atención sobre el error de hacer depender nuestro juicio acerca del valor y la utilidad de la mediación del éxito o fracaso de su aplicación a un caso concreto, de considerarla sólo como una eficaz vía de gestión de conflictos.
Más allá de esto (que es valioso), es preciso ver la mediación como una herramienta para mejorar la calidad de la convivencia en el centro, teniendo muy presente que tan importante como lograr un buen nivel académico es mejorar el ambiente en que padres, alumnos y profesores se relacionan.
La mediación tiene, pues, una doble dimensión: práctica -en la medida que sirve para resolver las disputas que surjan en la comunidad educativa-, pero también educativa. En este último sentido, la mediación nos ayuda a mejorar la convivencia también fuera de la escuela, por cuanto nos educa en las habilidades necesarias para relacionarnos como ciudadanos y como personas en el mundo.
Partiendo de esa base, recomienda a los miembros del equipo de mediación una actitud propositiva; es decir, que no esperen a que les lleguen los conflictos, sino que piensen en las maneras en que se puede reducir la conflictividad en el centro y propongan iniciativas al efecto.
Insiste también en la conveniencia de procurar que el resultado de ese trabajo sea conocido por la comunidad educativa, que no pase desapercibido, para evitar el desánimo en que con frecuencia caen los implicados en estas iniciativas al percibir que su esfuerzo y su ilusión no calan en el resto.
Otro objetivo es tranquilizar a todo el mundo, hacer comprender a quien pueda sentirse amenazado que la mediación no viene a reemplazar a nadie ni a restar poder o autoridad a quienes lo ostentan -sean padres, profesores o autoridades educativas-, y que no hay ningún estigma para quienes prefieran no implicarse en este tipo de iniciativas.
Al comentar la desazón que parecen sentir los miembros del equipo de mediación ante la falta de casos, insiste Mireia Uranga en que el ideal no es que todos los casos se lleven a mediación, sino que se resuelvan mediante la autoregulación. En este sentido, un bajo número de conflictos sometidos a mediación puede ser un síntoma de que las cosas se están haciendo bien. Y como ejemplo de la conveniencia de no ser excesivamente formalistas, valora la iniciativa de los mediadores que acuden espontáneamente cuando saben de un conflicto sin esperar a que se activen los protocolos.
Respecto a los conflictos entre clase y profesor, se muestra partidaria de someterlos a mediación, pero con ciertas condiciones: la clase no puede intervenir en el proceso colectivamente, sino por medio de varios interlocutores que se hagan eco de las diferentes sensibilidades de los alumnos ante el conflicto -que existen siempre, aunque no siempre se expresen-; y hay que cuidar que el nadie aparezca como “el malo” o el único culpable del conflicto.
Es notable el interés de Mireia Uranga en que los partícipes en las iniciativas de mediación escolar las vivan como una labor que sólo rinde sus frutos a largo plazo, tanto en lo que se refiere a su eficacia como remedio pacífico de los conflictos, como en lo que atañe a su virtualidad para mejorar la convivencia fuera y dentro de la comunidad educativa. En esta línea, recomienda a todos los que han hecho esa apuesta por la resolución pacífica de los conflictos, y por la expulsión de la violencia de su entorno, que proyecten su mirada hacia un horizonte temporal lejano y se pregunten cómo desean que sea su centro cuando lleguen allí, y qué es preciso hacer para conseguirlo.
Aunque no lo parezca, este empeño es, para Mireia, histórico, pues tal calificativo merece esa apuesta de los alumnos por el diálogo y la comunicación como vías naturales para encauzar las diferencias, en lugar del fácil recurso a la violencia o a la evitación de los problemas.
A fin de que el poder transformador de la mediación se difunda, recomienda el trabajo en red; es decir, la colaboración con otros centros, e invita a procurar la implicación de lo que denomina los niveles intermedios, es decir, los profesores que pueden hacer de bisagra entre las necesidades y expectativas de los alumnos y la mejor o peor disposición a colaborar de las autoridades educativas.
A los promotores de las iniciativas de mediación dirige el mensaje de que éstas deben ser diseñadas teniendo presentes las peculiaridades de su centro, y en particular, tanto el tipo de conflictos que predominan en ellos, como los puntos débiles que necesitan ser mejorados, desaconsejando la imitación acrítica de modelos que han funcionado en otros contextos.
La parte final de la entrevista se centra en el potencial pedagógico de la mediación, y en concreto, en su contribución a lo que Mireia Uranga considera que debe ser el objetivo fundamental de la labor educativa: ayudar a los alumnos a que sean autónomos y capaces de desenvolverse cabalmente en el mundo.
Termina la entrevista con una advertencia: diálogo y comunicación no implican abuso y desprecio, de modo que, si bien todas las necesidades de los alumnos tienen que ser escuchadas, no debe admitirse el insulto o la falta de respeto en las formas en que éstas se expresen.
Para finalizar quiero dejaros algunas reflexiones sobre las palabras de Mireia, comenzado por varias líneas argumentales que me parecen muy destacables.
En primer lugar, el énfasis puesto a lo largo de la entrevista en la conveniencia de diseñar las iniciativas de mediación teniendo muy presentes tanto la situación de partida, como los objetivos que se pretende alcanzar.
Lo primero exige atender a la idiosincrasia de cada centro; esto es, el tipo de problemas que predominan o que más alteran la convivencia, y no limitarse a implantar soluciones que, aún buenas en otros contextos, pueden no resultar viables en ese.
Y lo segundo conlleva tanto tener claras las metas que se quieren lograr (por ejemplo, reducir la conflictividad en un 30% en tres años, atajar los problemas de xenofobia, etc.), como saber a qué medios es preciso recurrir para alcanzarlas, recabando, si es preciso, el auxilio de especialistas o recursos económicos suplementarios.
En esa combinación de espíritu idealista y talante práctico se juega buena parte del éxito de los programas de mediación… un éxito que pueden frustrar la decepción ante la falta de implicación de la mayoría o la demora en la cosecha de resultados. De ahí las recomendaciones de Mireia de no despreciar el valor de lo poco que se va consiguiendo y de saber esperar para conseguir todavía más.
Muy oportuna me parece su referencia a la falsa dicotomía mediación-respeto: en su intervención expone con claridad que el despliegue de una actitud proclive al diálogo y a la escucha de las posiciones enfrentadas en un conflicto a fin de favorecer su resolución, no está en absoluto reñido con la necesidad de poner límites y dejar bien claro que hay un cauce de respeto y consideración hacia los interlocutores (sea la otra parte o los mediadores) del que nadie puede salirse, pues si falta ese mínimo cuidado por la forma en que uno se expresa, es difícil que el fondo de lo expresado llegue a quien tiene que entenderlo y apreciarlo con la claridad y la fuerza necesarias para movilizar el cambio que se pretende con la mediación.
Las últimas dos ideas expuestas en la entrevista a las que quiero referirme son, de un lado, la que defiende que es el sistema educativo el que debe estar al servicio del alumno y no al revés y, de otro, la que subraya que, justamente por eso, las bases éticas que sustentan la mediación pueden contribuir muy positivamente a que el alumno hoy, y el ciudadano mañana, vuelvan a ser el centro en torno al que giren las instituciones y el norte al que se orienten lo mejor de los esfuerzos de quienes las sirven.
Por último, me gustaría dejarte un enlace con el libro de Mireia, Cómo Dar Respuesta A Los Conflictos, el cual recomiendo para todo persona que se quiera formar en Mediación Escolar y resolución pacífica de conflictos.
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